top of page

La Herencia de la Fe: Peregrinaciones con Mi Abuela Lourdes

Desde pequeño acompañaba a mi abuela Lourdes en sus aventuras por las muchas peregrinaciones que organizaba. Desde niño dormía en el suelo en el santuario de Fátima, escuchando voces dulces toda la noche cantando el Ave de Fátima. Todos los años en agosto íbamos a Fátima a llevar el trigo al altar, y allí me quedaba viendo esa hermosa imagen de una mujer de devoción sin fin que guardo en mi corazón. Ella dejó en mi sangre el amor por los peregrinos.


Cada peregrinación era una nueva aventura, un viaje lleno de fe y esperanza. Recuerdo cómo mi abuela organizaba todo con una meticulosidad admirable, asegurándose de que todos los peregrinos estuvieran cómodos y seguros. Caminábamos largos kilómetros bajo el sol ardiente, con el cansancio acumulándose en nuestros cuerpos, pero siempre con una sonrisa en el rostro y una oración en los labios. El sacrificio y la devoción de los peregrinos me enseñaron el verdadero significado de la fe y la perseverancia.


Una vez llegados a Fátima, el cansancio se desvanecía al ver la Basílica brillando bajo el sol. El ambiente estaba impregnado de un profundo sentido de paz y espiritualidad. Los cantos y rezos de los demás peregrinos creaban una atmósfera mágica, casi etérea. Era un lugar donde todos los problemas y preocupaciones del mundo parecían desaparecer, dejando solo la pureza de la fe y la devoción.


Mi abuela Lourdes era una mujer fuerte y devota, cuyo amor por Fátima y los peregrinos era evidente en cada acción y palabra. Su ejemplo me enseñó a valorar la importancia de la comunidad, la fe y la dedicación. Aunque ya no esté físicamente conmigo, su espíritu y enseñanzas viven en mí, guiándome en cada paso de mi vida.


Ahora, cuando pienso en esas peregrinaciones, no solo recuerdo llevar el trigo al altar, sino también los recuerdos y las lecciones de mi abuela. Me siento agradecido por haber sido parte de sus peregrinaciones y por haber aprendido tanto de ella. La devoción que compartimos por Fátima es un vínculo que trasciende el tiempo y el espacio, un legado de amor y fe que seguiré honrando por siempre.


Además, estas experiencias me enseñaron lo importante que es nuestra presencia en la vida del prójimo. A través del ejemplo de mi abuela, comprendí que estar ahí para los demás, compartir sus alegrías y penas, y caminar juntos en la fe fortalece no solo a los individuos, sino a toda la comunidad. La verdadera esencia de la peregrinación no es solo el destino, sino el camino compartido y el apoyo mutuo que brindamos a quienes nos rodean.


ree

Comments


bottom of page