Alexandrina: Soy feliz, porque voy al Cielo
- Ricardo Casimiro
- Jul 13, 2024
- 2 min read
Este verano, el 1 de agosto, estaré en peregrinación al santuario de Alexandrina María da Costa. Antes de emprender este viaje espiritual, quiero compartir algunas notas biográficas para situar mejor a los peregrinos en la vida de esta santa mujer.
Alexandrina María da Costa nació el 30 de marzo de 1904 en Balasar, Portugal. Desde joven, recibió una educación cristiana sólida de su madre y su hermana, Deolinda. Su carácter vivaz y amable la hacía querida por todos.
A los 12 años, sufrió una infección grave que casi le costó la vida, dejándole secuelas que marcarían el inicio de su vocación como "alma víctima". Sin embargo, su vida dio un giro decisivo a los 14 años. El Sábado Santo de 1918, tres hombres intentaron violarla en su casa. Para proteger su pureza, Alexandrina saltó por una ventana, cayendo cuatro metros al suelo. Las lesiones resultantes la dejaron paralizada, y los médicos declararon que su condición solo empeoraría.
A pesar de su parálisis, Alexandrina arrastraba su cuerpo hasta la iglesia, donde permanecía en oración. Con el tiempo, su movilidad se redujo aún más y quedó postrada en cama desde 1925 hasta su muerte en 1955. Durante estos años, Alexandrina comprendió que su sufrimiento tenía un propósito divino. Aceptó su misión de ser una víctima en nombre de Cristo, sufriendo por la conversión de los pecadores y ofreciendo su dolor por la salvación de las almas.
Entre 1938 y 1942, Alexandrina experimentó la pasión de Cristo todos los viernes, reviviendo en su cuerpo y alma los sufrimientos de Jesús durante tres horas. A pesar del escepticismo y la incomprensión de muchos, incluyendo miembros de la Iglesia, ella mantuvo su fe y dedicación.
En 1942, Alexandrina dejó de recibir cualquier tipo de alimento, subsistiendo únicamente con la Sagrada Eucaristía durante los últimos 13 años de su vida. A pesar de su sufrimiento, siempre mostró una actitud alegre y transmitió paz a quienes la visitaban.
Murió el 13 de octubre de 1955, dejando un mensaje de amor y conversión para los pecadores: "No ofendan más a Jesús. Amen a Jesús, ¡ámelo!". Sus últimas palabras fueron: "Soy feliz, porque voy al Cielo".





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