Jesús llevó el amor hasta el extremo
- Ricardo Casimiro
- Jun 1, 2024
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Updated: Aug 23, 2024
La mesa y la comida constituyen el lugar de la comunión y la intimidad. Es alrededor de la mesa donde todos crecemos, nos reconciliamos y nos miramos; es alrededor de la mesa donde organizamos eventos, celebramos, somos formados y educados. Aquí crecemos y es aquí donde se fortalecen los lazos de amistad.

Para esta reflexión, un pequeño ejercicio puede sernos de ayuda:
¿Cuándo fue la última vez que nos sentamos a la mesa para disfrutar de una comida con nuestra familia o amigos cercanos, no solo para comer juntos, sino para disfrutar de la presencia del otro y crecer en el amor mutuo?
Para la mayoría de nosotros, tal vez esto no ocurra en una comida típica. Pero ese es el tipo de comida que Dios desea compartir con nosotros. Este es el tipo de comida que Él ha preparado para nosotros y nos ha invitado a participar, a través del Sacramento de la Eucaristía. Jesús, en el momento supremo de Su Vida, eligió precisamente la mesa como lugar de intimidad y de compartir.
Muchos de los que seguían a Jesús consideraron difícil esa doctrina acerca de la Eucaristía. Pero, por extraño que pareciera la orden de comer su carne y beber su sangre, esto no surgió de la nada. La Eucaristía tiene profundas raíces en el Antiguo Testamento.
Reflexionar sobre la tipología del Antiguo Testamento y ver cómo prefigura la Nueva Alianza nos ayuda a profundizar nuestra comprensión del Don de Jesús, de Su Cuerpo y Sangre en la última cena.
Al inicio de la creación, la Sagrada Escritura nos revela que la humanidad fue creada para una comunión íntima con Dios y destinada a la vida eterna. Esta realidad se manifiesta en el contexto de una comida. Si examinamos el libro del Génesis (Gn 2,9; 3,22), comprendemos el acceso de Adán y Eva al fruto del Árbol de la Vida que se encontraba en el centro del jardín del Edén y, como resultado de su desobediencia, son "expulsados" del jardín. Privados del acceso al Árbol de la Vida y de la visita del propio Dios, y comprendiendo, de esta manera, su pecado, Adán y Eva descubren que han perdido la comunión con su Señor y, en consecuencia, la eternidad.
En Génesis 14, 18-20, observamos cómo Melquisedec, rey de Salem (más tarde renombrada Jerusalén) y "sacerdote del Dios Altísimo", ofrece un sacrificio de pan y vino en agradecimiento por la victoria de Abram sobre sus enemigos. Jesús, el "Rey de reyes" (Ap 19:16) y "gran sumo sacerdote" (Heb 4,14), en Jerusalén transforma el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre y los ofrece como sacrificio perfecto al Padre (Heb 10,1-18).
De esta manera, vemos cómo, mientras el sumo sacerdote Melquisedec es mencionado brevemente en algunos versículos del Génesis (ver Gn 14), el autor de la Carta a los Hebreos lo recuerda como aquel que prefigura la oferta del pan y vino de Cristo, que Él transformará en su Cuerpo y Sangre, y ambas ofrendas serán hechas en acción de gracias por un rey justo. Así, mediante la oferta de la vida y el sacrificio perfecto de Jesús, la Cruz se convierte en el Nuevo Árbol de la Vida, pues renueva la comunión con Dios y la vida eterna.
Así, llegado el momento supremo de la Vida de Jesús, Él eligió precisamente la mesa como lugar de intimidad y de compartir.
Jesús llevó el amor hasta el extremo.
No hay mayor prueba de amor que dar su cuerpo y sangre, no solo como sacrificio, sino como alimento. Ir a la mesa del Señor es donde encontramos nuestra propia identidad y nuestro ser como cristianos. El encuentro con Jesús en la Eucaristía debe despertar en cada uno de nosotros una gran capacidad de amar y de entregar la vida en favor de los demás. ¡Porque la Eucaristía es la "escuela" donde aprendemos a amar según el corazón de Cristo!
Por otro lado, la eucaristía no es un ritual litúrgico. La eucaristía es donde recordamos la entrega de Cristo por nosotros, es un Sacramento que realiza aquello que significa. "Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual «Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado" (Lumen Gentium, 3).
Como vemos, es aquí donde Jesús desborda de amor en gestos de ternura y se da a Sí mismo como alimento.
La Eucaristía es el gesto que mejor traduce el infinito amor de Dios, por su proximidad e intimidad.
Vemos, por eso, cómo es en la mesa de la comunión donde el propio Jesús no solo permanece con ellos esa noche, sino que se queda dentro de ellos, los transforma desde dentro, les abre el corazón al amor y disipa todos sus miedos y angustias, hasta el punto de que se conviertan en hombres nuevos, como testigos del resucitado. Este es, por lo tanto, el convite que Jesús también nos dirige hoy a todos nosotros: que nos acerquemos a Él porque ha llegado, también para nosotros, la hora de estar con Él.
Ricardo Casimiro
(Photo by Miguel MEDINA / AFP) (Photo credit should read MIGUEL MEDINA/AFP/Getty Images)
Texto original em português por Ricardo Casimiro




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